Uno de los patrones más claros e imparables que ha traído consigo la modernidad ha tenido que ver con el desplazamiento de personas desde el entorno rural a los entornos urbanos. Desde hace ya varias décadas (aunque es una tendencia que viene de atrás) gran parte de la población rural decide abandonar las actividades extractivas y del sector primario para dedicarse a la industria y, sobre todo, a los servicios, sector predominante en las ciudades. A esto hay que sumarle el descenso de la natalidad, y el consiguiente envejecimiento de la población en las localidades rurales, lo que no hace más que agravar aún más la mencionada situación.
Estas dinámicas han provocado una distribución cada vez más desigual de la población, provocando que haya zonas en España con una densidad de población inferior a 0,98 habitantes por kilómetro cuadrado (¡inferior incluso a la de Laponia!). Se trata de una situación que está cada vez más presente en el debate público y a la que, cada vez con más frecuencia, se refieren las autoridades estatales y europeas. El impulso de medidas y el establecimiento de planes en este sentido ha puesto de manifiesto la incipiente preocupación por el asunto.
Algunas de las vías que se están explorando desde hace ya algún tiempo para poner una solución a estas circunstancias pasan por la utilización de las tecnologías de la información, y en particular, la aplicación del internet de las cosas (IoT) en el mundo rural. Se trata de unas técnicas que resultan especialmente relevantes en un entorno en el que los recursos, tanto humanos como económicos, son tan escasos. La optimización de estos recursos, con las consiguientes oportunidades de desarrollo económico, podrían desembocar en un aumento sustancial de la calidad de vida en estas zonas, que es el objetivo último al que muchas de estas localidades rurales apuntan con la utilización de las nuevas tecnologías.
La implantación de este tipo de medidas podría aportar beneficios en muchos planos de la vida rural. Las oportunidades desde el punto de vista de la gestión y la administración de municipios son muy interesantes, abarcando materias tan diversas como el tratamiento de residuos, el control de patrones de consumo y la calidad de agua, la gestión de las políticas de regulación lumínica y el alumbrado, etc. Como ya sabemos, el internet de las cosas permite que diferentes equipos estén conectados a través de la red, posibilitando la monitorización de datos en tiempo real. Esto hace que, a través de simples sensores que recojan la información correspondiente, la administración de todos estos servicios por parte de los ayuntamientos pueda hacerse de forma mucho más efectiva y eficiente.
La agricultura y la ganadería son otros dos sectores rurales con visos de beneficiarse de los nuevos avances. El acceso a nuevas fuentes de datos facilita la toma de decisiones y permite un proceso de automatización inteligente de las actividades agrícolas que puede revalorizar el sector y hacerlo más atractivo y rentable. Los usos pueden ser variadísimos, desde el control de plagas y enfermedades de animales y cultivos, hasta la monitorización de las condiciones productivas de las especies cultivadas o la supervisión de las cadenas de suministros, pasando por la reducción del consumo de agua, de energía y de productos fitosanitarios. Con todo ello, podría aumentarse la productividad del sector, ayudar a prevenir problemas de polución agrícola, controlar los movimientos de los rebaños y a reducir la incidencia de fenómenos climáticos adversos como las sequías. Por otro lado, la aplicación de este tipo de paradigmas lleva consigo una serie de problemas de seguridad asociados que también deben ser tenidos en cuenta, asegurándose de que todos los datos se envíen y procesen de forma segura.
La aproximación a estas nuevas tecnologías no solo podría ayudar a frenar los fenómenos de despoblación y a incentivar el asentamiento y la apuesta por las zonas rurales, además puede ser una herramienta muy útil a la hora de la gestión turística, aportando aún más al desarrollo económico de estas regiones. La tecnología puede servir, por ejemplo, para proteger determinados monumentos o sitios de interés, para monitorizar el flujo y el acceso de visitantes o para permitir una mayor interacción y participación de los mismos en las actividades culturales.
Como vemos, las oportunidades son numerosas y diversas. Lo cierto es que ya en determinados países de Europa la tendencia se está invirtiendo y es cada vez más común ver cómo los habitantes de las ciudades deciden mirar hacia las zonas rurales en busca de un futuro. España no tiene por qué ser la excepción. El mundo rural tiene mucho que ofrecer, y parece que las nuevas tecnologías jugarán un papel esencial a la hora de demostrarlo.
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